Una vez confirmado el diagnóstico por el otorrino se inicia una etapa decisiva para él y la familia, que debe ser aprovechada, ya que es un tiempo irrecuperable que va a comprometer su desarrollo personal, la adquisición del lenguaje y de todas las capacidades y habilidades cognitivas que de ellas derivan. Aquí reside la diferencia entre los niños estimulados tempranamente y los que reciben esta atención específica de forma más tardía.

El papel de los padres tiene en este caso en particular una importancia extrema, ya que es el más natural y eficaz estímulo psicológico y didáctico de la persona con discapacidad a lo largo de su desarrollo.

Se entiende por Atención Temprana al “conjunto de intervenciones dirigidas a la población infantil de 0 a 6 años, a la familia y al entorno, que tienen por objetivo dar respuesta lo más pronto posible a las necesidades transitorias o permanentes que presentan los niños con trastornos en su desarrollo o que tienen el riesgo de padecerlos”.

 

Los primeros años del desarrollo infantil se caracterizan por la progresiva adquisición de funciones como el control postural, la autonomía de desplazamiento, la comunicación, el lenguaje verbal y la interacción social. En la primera infancia, el sistema nervioso se encuentra en una etapa de maduración y de importante plasticidad, por lo que es más vulnerable a las condiciones adversas del entorno y a la vez posee mayor capacidad de recuperación y reorganización orgánica y funcional, que decrece de manera importante en los años posteriores.

La evolución de los niños con alteraciones en su desarrollo dependerá en gran medida de la fecha de la detección y del momento de inicio de la Atención Temprana; cuanto menor sea el tiempo de deprivación de los estímulos mejor aprovechamiento habrá de la plasticidad cerebral y potencialmente menor será el retraso. Aquí es importantísima la implicación familiar para favorecer la interacción afectiva y emocional así como para la eficacia de los tratamientos.

En Atención temprana se ha de considerar al niño en su globalidad, teniendo en cuenta los aspectos intrapersonales, biológicos, psico-sociales y educativos, propios de cada individuo, y los interpersonales, relacionados con su propio entorno, familia, escuela, cultura y contexto social.

El niño/a sordo comienza a comunicarse por medio de gestos o mímica, pero la comunicación verbal es importante estimularla desde el principio y en todo momento. El niño tiene que tomar conciencia de la emisión vocal propia y también la del adulto. Dar gran importancia a las emisiones que realice y potenciarlas.

Muchos son los avances que se dan en ayuda de los sujetos sordos, pero ninguno es suficiente. Las ayudas técnicas son de gran importancia, proporcionan información pero no comprensión, de ahí la necesidad de llevar a cabo un buen entrenamiento desde el comienzo. Una intervención temprana y el aprovechamiento de los restos auditivos, por pequeños que sean, suponen grandes avances para las personas con déficit auditivos, ya que el procesamiento de la información por la vía auditiva es mayor que por cualquier otra.

 

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